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LAKASTAGNER

A CINCUENTA AÑOS DE CAMILO CIENFUEGOS EN BAYAMO

Por: Joel Lachataignerais Popa

joecklouis@gmail.com  jlpopa@enet.cu

 

Era un día de mucho sol. Las calles de Bayamo tomaban ya la rutina de vivir bajo el influjo de la revolución que había triunfado cinco meses antes. En el ambiente estaba el anuncio de la presencia de Camilo Cienfuegos en una concentración que tendría lugar en la plaza de Rabí, como se acostumbraba a denominar el sitio donde se entonó por primera vez el Himno Nacional de Cuba, justo a la entrada de la Iglesia Mayor de la ciudad.

Aquel lugar tiene cerca una explanada que fue denominada como Plaza de la Revolución,  por el líder iniciador de las guerras de independencia contra España, Carlos Manuel de Céspedes. Muchos le llamaban Parque de la Revolución. Y es curioso que ese término Revolución, prohibido en casi todos los ángulos de su empleo, pasara inadvertido cuando los bayameses aludían en alguna referencia a ese lugar.

Justo allí, al frente, se encontraba la casa natal de Céspedes, a quien se conoce como el Padre de la Patria, en la calle Maceo, en honor al Lugarteniente General del Ejército Libertador Antonio Maceo y Grajales. Desde allí  nace la calle General Calixto García, que permite la entrada a la ciudad desde la ciudad de Santiago de Cuba. A la plaza la rodean, entonces, las calles Maceo, Libertad, Canducha Figueredo y General García.   

Esos lugares se fueron poblando de público lentamente aquella mañana. Me encontraba frente a la casa natal de Céspedes, cuando de momento veo frente a mi aquella enorme y entusiasta agrupación de hombres montados a caballo que recordaron -  recuerdan en las fotos – los dibujos y fotografías de  los veteranos de la lucha por la independencia.

Venía Camilo Cienfuegos Gorriarán, con su pelo largo al hombro y su barba, también larga al pecho; el sombrero de vaquero terciándole la frente, un tabaco bien encendido y la alargada sonrisa que dejaba ver blancos y parejos sus dientes.

Al hombro las estrellas de Comandante del Ejército Rebelde, ganadas en su batallar desde México y el yate Granma hasta su leal conducta de soldado en la Sierra Maestra, el llano y la proeza de trasladar la guerra contra la dictadura de Fulgencio Batista y Zaldívar, desde el Oriente cubano hacia la zona central del país, cruzando en sólo tres meses, luchando contra el sol, las lluvias, de temporales y dos ciclones, por inhóspitos lugares, ciénagas, ríos, en más de 400 kilómetros de atajos y matojos, unas veces combatiendo, otras haciendo emboscadas, otras escurriendo al enemigo.    

Junto al Che, neutralizó las tropas enemigas en la zona de Santa Clara a Yaguajay, ciudades situadas en la zona central de Cuba. Y Allí le sorprendió el primero de enero de 1959, cuando recibió la orden de Fidel Castro de acudir a rendir las tropas batistianas en la ciudad de La Habana, hacerse cargo del principal campamento militar de la capital cubana y poner orden.

Llegaba a Bayamo el 9 de junio de 1959 para presidir una concentración popular y campesina de apoyo a la revolución y a la Ley de Reforma Agraria. Era la ciudad que había visitado ya otras veces: El 20 de abril de 1958, a las once de la noche, originó un ataque a la planta eléctrica que suministraba la ciudad monumento nacional de Cuba.

La ciudad estaba abarrotada de pueblo en todas las acercas. El parque a ambos lados tenía amplia muchedumbre. En medio de todos, Camilo en su caballo blanco, con su alegre sonrisa; junto a él otros comandantes y a ambos lados, soldados rebeldes levantaban las banderas de la estrella solitaria, la tricolor bandera cubana; la de Carlos Manuel de Céspedes; similar a la de Chile; el cuadro rojo y la estrella en el centro, el rectángulo de abajo blanco y la bandera roja y negra del Movimiento 26 de Julio, con la inscripción blanca al centro M – 26 – 7 y las voces del pueblo daban vítores a la revolución, a Fidel, a Camilo, a la Reforma Agraria.

De momento, el legendario ‘Héroe de Yaguajay’, como la Historia lo calificó por mandato del pueblo, dirigió su cabalgadura hacia el sitio en donde me encontraba. Allí cerca de mí, Raquel Viga, una compañera de Escuela, tenía sostenida por una de sus manos a una niña. Camilo avanzó y le pidió que le permitiera cargarla; la alzó en brazos y la montó junto a él; luego dio una vuelta por el parque y retornó al mismo sitio. Recuerdo que le dio un beso a la niña y le pidió a Raquel que la llevase más tarde al Hotel Royalton, donde estaría hospedado. Del encuentro, Raquel aún guarda recuerdos e imágenes.

Un poco más tarde Camilo Cienfuegos Gorriarán demostraba que no solo podía combatir con las armas en las manos, sino, con las ideas. Su único discurso pronunciado en Bayamo, fue una pieza humana, de emotiva solidaridad, de consejos y adhesión sin límites a la lealtad y al sacrificio.

Recuerdo algunas frases:

“Los campesinos han de estar unidos al pueblo. Y el pueblo unido todo. Puede que existan organizaciones campesinas, que se llamen como se llamen, serán organizaciones campesinas como las organizaciones de los obreros, enclavadas en la lealtad y el honor a la revolución. Hay que mantenerse unidos a los principios de la revolución. Y todo lo que se haga se hará, siempre unidos en torno a la revolución y a su líder Fidel Castro. Que no se haga nada fuera de la revolución, que no se haga nada fuera de la lealtad a Fidel Castro”.

La voz de Camilo Cienfuegos era ronca, sonora, enérgica, apasionada. Se le veía en la tribuna dueño del pensamiento. Alzaba la voz, levantaba las manos para darle fuerza al discurso, y miraba con firmeza  a los interlocutores y buscaba, entre los que estaban con él en la tribuna el apoyo emocional. Era él, allí también un emisario del líder: Fidel.

De Bayamo dijo que sentía la emoción de encontrarse en el sitio por donde comenzó la lucha por la independencia de la Patria y justo en el lugar donde por primera vez se cantó el Himno Nacional. “Bayamo, tu historia nos llama a la unidad y unidos como Céspedes en aquel grito de independencia del 10 de octubre de 1868, mantendremos las banderas en alto, así como está en este acto, junto a la de la Estrella solitaria y a la del Movimiento 26 de Julio, porque la revolución  que comenzó por aquí en el 68 se reinició en Santiago y en Bayamo el 26 de Julio de 1953 y está en el honor y en la sangre de todos”.

Y se refirió con firmeza a la Reforma Agraria, cuya ley se había firmado 19 días antes en la Sierra Maestra:

Definió a la Ley de  Reforma Agraria como un paso de avance en el triunfo revolucionario; como un resultado de unidad del pueblo con los campesinos y los obreros, explicó que la Ley Agraria entregaba a los campesinos las tierras para el  beneficio del pueblo, para que los pobres pudieran tener lo que le correspondía y para que los ricos entregaran al pueblo lo que es del pueblo.  

Y he aquí una frase que se popularizó, y dos sentencias que se hicieron consignas, salidas de la voz de Camilo Cienfuegos, quebrantada por la emoción:

“La Reforma Agraria va, aunque caigan raíles de punta”, expresión que devino de la constante propaganda sobre todo norteamericana que pretendía desalentar a los campesinos acerca de aquella ley que ponía en sus manos las tierras en beneficio y provecho de la sociedad, propaganda que proponía miedo y terror ante una palabra que siempre estuvo acusada del lenguaje público: el comunismo.

A cincuenta años de aquel momento, mi amiga, Raquel Viga, recuerda aún en Bayamo el encuentro de su hermanita con Camilo. Y atesora algunos objetos que le obsequio el legendario Comandante para  se distrajera sus momentos de ocio infantil.

 

8 de junio de 2009

joecklouis@gmail.com 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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