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MADRUGAR UNA CANCION PARA PAPÁ

MADRUGAR UNA CANCION PARA PAPÁ

 

 Por: Joel Lachataignerais Popa

jlpopa@enet.cu  joecklouis@gmail.com

Escribo para usted que me escucha. Sencillo y modesto; singular hombre de entre multitudes. Para que ahora mismo reciba mis sentimientos que están en el recuerdo de las alegrías infantiles. En esa lúmina especie de nube lejana que algún día al cerrar los ojos sentimos que viaja y nos sostiene.

Imagino mis manos pequeñas, sujetas a los brazos extendidos hacia aquella mano donde se advertía todo el rigor de la batalla por la vida. De un lado mi hermano y yo, del otro las dos hermanitas queridas. Todos cantando, a veces soltándonos de las manos y corriendo en una competencia para alcanzar la meta: ir a la escuela.

Recuerdo también los constantes llamados de atención. La palabra sonora,  en tono de súplica. El consejo. Y el regocijo suyo al culminar cada etapa.

Eran días de ir y venir. Unas veces bajo la lluvia, otras en sol pleno de verano abierto y quemante que ahora se me antoja más fresco que el de hoy. Íbamos y veníamos y aquellas manos no se cansaban nunca sujetaban a uno y a otro.

Era una emulación: uno primero quería ser quien estuviese atado de sus dedos y el otro después y él siempre llamaba a alguien para ser el privilegiado… los demás debíamos sujetarnos entre sí en una cadena que llegaba a él, como una vena larga de humanos sentimientos.

Fue siempre así, aún después, cuando mis manos fueron creciendo y los brazos ya no se extendían de abajo hacia arriba, sino más bien horizontalmente, y  el abrazo dejó de ser corto, para convertirse en un círculo como cuando medimos el tronco de un árbol.

Aunque ya las manos se reunían como un nudo, nunca dejaron de ser firmes como en aquellas oportunidades. Por ellas venían, junto al sudor que cimenta la lucha por la vida, la emoción de sentirnos cerca todos.

Así calentaron el saludo de cada uno cuando el éxito fue aclamando la condición de mujeres y hombres… y de padres y abuelos.

Las manos se convirtieron en abuelitas. El saludo entonces como de seda llegaba de manera diferente, pero el calor siguió siendo el mismo hasta que ya quedaron como marcas eternas los recuerdos.

Un papá puede estar donde quiera. Allí en la unión de mamá todos los días acompañándonos. Allá, esperándonos al retorno de la tarea diaria. Y más allá, donde todos seremos capaces de madrugar una canción para papá.

 

 

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