SOMBRAS EN EL BÁLTICO
Por: Joel Lachataignerais Popa.
joecklouis@gmail.com
En ómnibus avanzamos hacia el norte de la ciudad polaca de Gdänsk. Luego de bordear a Gdinya y a Sopot, avanzamos por una estrecha carretera hacia un pequeño atracadero. Allí una balsa enorme con soportes de hierro y madera. Sobre ella varios automóviles y un ómnibus. Algo más de cien personas debían ser trasladadas durante casi cincuenta minutos hacia un punto situado a dos nudos de distancia. Ya sabíamos el nombre.
Stutthof es una isla polaca de esas que no aparecen siempre en los mapas. Es un rincón bañado por el Báltico. Allí hay un clima agradable casi todo el año y ahora es el recuerdo permanente del sufrimiento causado por la Alemania Nazi. Aquel enclave geográfico de belleza natural atractiva para artistas del pincel y la cámara, se convirtió de momento en una gran cárcel, algo así como un gigantesco almacén de personas, después de que el ataque sorpresivo de Hitler tomó acierto sobre Polonia. Al cierre de la guerra, Stutthof estaba destinada para un especial tipo de prisionero muy selectivo: mujeres.
Existen evidencias documentales que se muestran allí, de que por ese lugar pasaron algo más de 120 mil personas, de los que se calculan 15 mil eran judíos. Cerca de 90 mil murieron y cuentan que de modo muy dramático, siete de aquellos prisioneros lograron escapar.
La vegetación diversa desde lejos, no permite ver las construcciones levantadas para albergar a los prisioneros. Enormes alambradas de grapas punzantes de hasta seis hiladas, protegían la significativa prisión, en cuyo exterior, hacia la entrada, se levantó una torre similar a las de los aeropuertos. Allí en su cúspide soldados vigilaban con armamento capaz de aniquilar con certeza a quienes intentaran la escapada.
El edificio que sirvió para oficinas de la administración del dantesco centro nazi, actualmente recoge importante documentación y en el cine, aún están los equipos y lunetarios, donde los visitantes pueden sentarse y apreciar en documentales y diapositivas, imágenes de la historia del campo.
Cuatro hileras de naves constituían la estructura de la gigantesca prisión. En las primeras, eran retenidos los escasos hombres retenidos allí, quienes tenían la misión de mantener los locales. Al otro extremo, también resguardando toda edificación del exterior, las otras naves servían de almacenes, sitios de permanencia de los oficiales y para los servicios de la instalación en general.
Al centro estaban ubicadas dos largas naves, donde se instalaban la mayoría de las mujeres prisioneras. Huellas diversas aún se guardan en el lugar.
Se pueden ver los locales donde el hacinamiento se muestra en fotografías de los mismos sitios y los rostros famélicos, de los escasos hombres, eran una denuncia. Luego los baños, donde prisioneros de uno y otro sexo debían hacer sus necesidades, asearse, lavar, ingerir agua, ante la mirada de los celadores, quienes obligaban a las diversas acciones sin distinción.
Las situadas al centro tenían divisiones. En las primeras situaban a las mujeres más jóvenes. Aquellas debían mantenerse sanas y alimentadas. La belleza y el cuidado de la piel eran importante junto a las edades, según nos explicó la guía del museo, Aleksandra Kraszewskaia, una inteligente mujer, de escasos 25 años, descendiente del lugar. Otros cubículos eran empleados en las muchachas cuyas edades eran ya superiores a 18 y 19, las que previamente eran seleccionadas y distribuidas entre soldados venidos ¨del frente¨, quienes las tomaban para saciar sus apetitos y escogidas también como premios para los jefes. Ya después, cuando esto sucedía, y las carnes aflojaban en la piel y esta comenzaba a cambiar y dejar de ser tersa, las cambiaban de cubículos para nuevos menesteres.
Por lo general, las muchachas, luego de ser ¨sacrificadas por los soldados¨, eran tomadas y pasadas por la cámara de gas, para emplear sus pieles en la fabricación de objetos. Allí apreciamos panderetas, ese típico instrumento que acompaña a las guitarras, se fabricaban sillas con aquellas pieles y hasta bolsos y monederos: piezas de una muy irónica exquisitez.
Al fondo del campo, hacia la izquierda aparecía la cámara de gas. Infierno de aproximadamente dos metros cuadrados, con una puerta de hierro cuyo espesor es superior a cuatro pulgadas. Frente a ella, otra nave, esta con una enorme chimenea al centro, y en la habitación alargada, una mesa al centro con una especie de trineo, que realmente constituye una camilla donde los acusados eran amarrados y enviados al crematorio, una especie de horno colocado debajo de la chimenea.
En el patio de esta horrible instalación, un madero se levanta algo más de tres metros, y allá en su punto más alto otro le cruza, dejando caer una soga con un lazo en el extremo inferior. En ese sitio fueron a parar cientos de personas Judíos o no, pagaron por igual.
Existe un libro que cuenta cómo de allí escapó un joven, quien fue preparado por otros hombres, para que, bien alimentado con la comida que los demás apenas consumían, a través de un túnel construido entre todos, pudiese escapar, en coordinación con amigos de la clandestinidad. Este hombre al llegar a Francia, logró lo que se había coordinado desde aquel sitio sombrío del Báltico: convocó a la prensa y dio a conocer de la existencia del campo de concentración de Stutthof.
Para el último día de la guerra, los criminales quisieron dar una imagen benévola. Quemaron instalaciones. Intentaron llevar algunos prisioneros, mujeres fundamentalmente, fuera del lugar. Pero, la resistencia no se los permitió. Como Abu Grhaig, Stutthof, acusa.
joecklouis@gmail.com
En ómnibus avanzamos hacia el norte de la ciudad polaca de Gdänsk. Luego de bordear a Gdinya y a Sopot, avanzamos por una estrecha carretera hacia un pequeño atracadero. Allí una balsa enorme con soportes de hierro y madera. Sobre ella varios automóviles y un ómnibus. Algo más de cien personas debían ser trasladadas durante casi cincuenta minutos hacia un punto situado a dos nudos de distancia. Ya sabíamos el nombre.
Stutthof es una isla polaca de esas que no aparecen siempre en los mapas. Es un rincón bañado por el Báltico. Allí hay un clima agradable casi todo el año y ahora es el recuerdo permanente del sufrimiento causado por la Alemania Nazi. Aquel enclave geográfico de belleza natural atractiva para artistas del pincel y la cámara, se convirtió de momento en una gran cárcel, algo así como un gigantesco almacén de personas, después de que el ataque sorpresivo de Hitler tomó acierto sobre Polonia. Al cierre de la guerra, Stutthof estaba destinada para un especial tipo de prisionero muy selectivo: mujeres.
Existen evidencias documentales que se muestran allí, de que por ese lugar pasaron algo más de 120 mil personas, de los que se calculan 15 mil eran judíos. Cerca de 90 mil murieron y cuentan que de modo muy dramático, siete de aquellos prisioneros lograron escapar.
La vegetación diversa desde lejos, no permite ver las construcciones levantadas para albergar a los prisioneros. Enormes alambradas de grapas punzantes de hasta seis hiladas, protegían la significativa prisión, en cuyo exterior, hacia la entrada, se levantó una torre similar a las de los aeropuertos. Allí en su cúspide soldados vigilaban con armamento capaz de aniquilar con certeza a quienes intentaran la escapada.
El edificio que sirvió para oficinas de la administración del dantesco centro nazi, actualmente recoge importante documentación y en el cine, aún están los equipos y lunetarios, donde los visitantes pueden sentarse y apreciar en documentales y diapositivas, imágenes de la historia del campo.
Cuatro hileras de naves constituían la estructura de la gigantesca prisión. En las primeras, eran retenidos los escasos hombres retenidos allí, quienes tenían la misión de mantener los locales. Al otro extremo, también resguardando toda edificación del exterior, las otras naves servían de almacenes, sitios de permanencia de los oficiales y para los servicios de la instalación en general.
Al centro estaban ubicadas dos largas naves, donde se instalaban la mayoría de las mujeres prisioneras. Huellas diversas aún se guardan en el lugar.
Se pueden ver los locales donde el hacinamiento se muestra en fotografías de los mismos sitios y los rostros famélicos, de los escasos hombres, eran una denuncia. Luego los baños, donde prisioneros de uno y otro sexo debían hacer sus necesidades, asearse, lavar, ingerir agua, ante la mirada de los celadores, quienes obligaban a las diversas acciones sin distinción.
Las situadas al centro tenían divisiones. En las primeras situaban a las mujeres más jóvenes. Aquellas debían mantenerse sanas y alimentadas. La belleza y el cuidado de la piel eran importante junto a las edades, según nos explicó la guía del museo, Aleksandra Kraszewskaia, una inteligente mujer, de escasos 25 años, descendiente del lugar. Otros cubículos eran empleados en las muchachas cuyas edades eran ya superiores a 18 y 19, las que previamente eran seleccionadas y distribuidas entre soldados venidos ¨del frente¨, quienes las tomaban para saciar sus apetitos y escogidas también como premios para los jefes. Ya después, cuando esto sucedía, y las carnes aflojaban en la piel y esta comenzaba a cambiar y dejar de ser tersa, las cambiaban de cubículos para nuevos menesteres.
Por lo general, las muchachas, luego de ser ¨sacrificadas por los soldados¨, eran tomadas y pasadas por la cámara de gas, para emplear sus pieles en la fabricación de objetos. Allí apreciamos panderetas, ese típico instrumento que acompaña a las guitarras, se fabricaban sillas con aquellas pieles y hasta bolsos y monederos: piezas de una muy irónica exquisitez.
Al fondo del campo, hacia la izquierda aparecía la cámara de gas. Infierno de aproximadamente dos metros cuadrados, con una puerta de hierro cuyo espesor es superior a cuatro pulgadas. Frente a ella, otra nave, esta con una enorme chimenea al centro, y en la habitación alargada, una mesa al centro con una especie de trineo, que realmente constituye una camilla donde los acusados eran amarrados y enviados al crematorio, una especie de horno colocado debajo de la chimenea.
En el patio de esta horrible instalación, un madero se levanta algo más de tres metros, y allá en su punto más alto otro le cruza, dejando caer una soga con un lazo en el extremo inferior. En ese sitio fueron a parar cientos de personas Judíos o no, pagaron por igual.
Existe un libro que cuenta cómo de allí escapó un joven, quien fue preparado por otros hombres, para que, bien alimentado con la comida que los demás apenas consumían, a través de un túnel construido entre todos, pudiese escapar, en coordinación con amigos de la clandestinidad. Este hombre al llegar a Francia, logró lo que se había coordinado desde aquel sitio sombrío del Báltico: convocó a la prensa y dio a conocer de la existencia del campo de concentración de Stutthof.
Para el último día de la guerra, los criminales quisieron dar una imagen benévola. Quemaron instalaciones. Intentaron llevar algunos prisioneros, mujeres fundamentalmente, fuera del lugar. Pero, la resistencia no se los permitió. Como Abu Grhaig, Stutthof, acusa.
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