Encuentro con el Ernetista más grande del mundo
Arquitecto Don Ernesto Guevara Lynch, padre del Che Guevara,
(foto de la época)
Joel Lachataignerais Popa jlpopa@enet.cu joecklouis@gmail.com
Fue un día cálido en fecha que no he podido precisar. Había soledad en “El Yarey” de Jiguaní, Bayamo; donde funcionaba por entonces la Oficina del Delegado del Buró Político del Partido Comunista de Cuba en El Puesto de Mando de la Agricultura de la entonces provincia cubana de Oriente.
Como en otras oportunidades había recibido instrucciones del Comandante Juan Almeida, de preparar condiciones para una visita. Por lo precisado se podía suponer que era alguien especial, y aunque sabíamos siempre con antelación quienes vendrían a visitarnos, esta fue una de aquellas ocasiones en que no se adelantó nada.
Él llegó con su sonrisa de siempre. Un aire juvenil, como de fiesta. Sentía alegría. Se le notaba. Andaba de civil. Traía la camisa blanca de mangas largas doblada a la altura de los codos, como solía hacerlo, con cierta modesta y sencilla elegancia de hombre de pueblo; puedo asegurar que se veía bien en ese atuendo.
Detrás, aquel hombre ya entrado en canas, con sus espejuelos acariciándole el rostro y tras la firmeza de carácter, se le advertía una suerte de emoción que en el momento no pude medir, sino en el tiempo.
El Jefe nos presentó al visitante. Habían llegado adelantados a la hora en que nos dijo por teléfono en un principio. Por ello estábamos conversando con varias personas que esperaban para despachar con él, algunos oficinistas, la recepcionista y yo.
- ¿No lo conocen? Él es el padre del Che: don Ernesto Guevara Lynch.
Claro que al verlo pudimos identificar su imagen, aunque muy pocas veces se le había visto en la prensa.
- Estoy con mucho gusto -dijo levemente Guevara Lynch y se acomodó en uno de los butacones del antedespacho del Delegado del Buró Político.
Entraron con el Comandante las personas que debían intercambiar con él asuntos de diversa índole. Él era muy rápido, concreto, objetivo, preciso en las reuniones y despachos; fue así que, muy pronto culminó.
Sin embargo, cada vez que recuerdo aquellos minutos no me parecen cincuenta, sino horas por la significación del breve intercambio surgido.
- Estoy de visita en Cuba. Ando detrás de aquellos que fueron los compañeros de mi hijo Ernesto. Quiero entrevistarlos y saber más sobre ellos y sus relaciones con Ernesto- nos dijo.
Brevemente contó, atendiendo a una pregunta, cómo era aquel niño:
- Era un ser normal. Como a todos los niños le gustaba correr, jugar a todo lo que los niños juegan, pero tenía cosas muy particulares que eran suyas solamente. Era muy buen amigo y solidario y tenía un natural concepto del deber y observé siempre cómo con esa misma naturaleza enfrentaba su dificultad con el asma. Su mamá lo regañaba y yo – que veía que a él eso no le fatigaba -, pedía que lo dejara tranquilo, pues tal vez ese comportamiento le podría ser útil… Tenía mucha energía y una profunda voluntad desde muy pequeño y un carácter formado para lo que llegó a ser.
El teléfono sonó. Respondo. Solicito información y la trasmito. Al hablar con el Jefe me indica anunciarle al visitante que en breve será llamado. Entonces como para dejar concluido el dialogo, dijo una frase que nunca he olvidado. La vi después en un periódico, pero está impresa en mi memoria desde aquel día en su presencia y voz:
- Si yo no fuera el padre de Ernestito, yo sería el Ernestista más grande del mundo.
Casi enseguida por el intercomunicador llamaron a pasar al padre del Guerrillero Heroico. Algunas de las ideas expresadas allí aparecieron luego en “Mi hijo el Che”. Muchas veces he recordado este momento y otro vivido anteriormente junto a Ramón Cienfuegos, el padre de Camilo.
Dirigía el tabloide semanario del Partido Comunista de Cuba en Bayamo, Combatientes de Cauto, y había pedido al periodista Raciel Pérez entrevistar al padre de Camilo Cienfuegos.
Nos habló con cálida emoción del hijo admirado. Fuego se advertía detrás de los redondos cristales de sus espejuelos.
Contó anécdotas ya conocidas, y ratificó la fortaleza del carácter de Camilo. Dijo que su temple venía de su propia vocación, de lo hondo del niño que era, aún ya mayor.
- Estoy seguro de que Camilo estaría aquí hoy junto a nosotros y junto a Fidel. Continuando la lucha. En la continuidad de aquella fidelidad que lo vinculó a Fidel y al Che.
De este otro encuentro recuerdo también el amor sencillo y modesto del padre, y como en el encuentro con el ‘viejo’ Ernesto Guevara, frases firmes e inolvidables:
- Camilo era mucho Camilo. Siempre supe que él iba a ser muy seguro de sí mismo y eso me hace sentir orgulloso de él. Él estaría aquí, como el Che, porque le enseñamos la fidelidad y sabría defender lo único defendible, porque es claro: el socialismo es el futuro y él, lo sabía.
La vida me trajo esas privilegiadas páginas que de improntas únicas subrayan mi condición de cubano revolucionario.
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