Sixto Batista Santana: siempre alegre, enérgico, exigente
Joel Lachataignerais Popa jlpopa@enet.cu joecklouis@gmail.com
La primera vez que lo vi fue en la Unidad Militar del Ejército de Oriente donde cumplía mi servicio militar. El Jefe de la División, Rigoberto Rivero Rodríguez –por entonces Primer Capitán- me había pedido acudir a un encuentro de preparación política en el Centro de estudios, donde estaría el Jefe del Ejército de Oriente, en la compañía de otros oficiales de su Estado Mayor. Sixto Batista Santana, con grados de capitán, tendría a su cargo el desarrollo del seminario de preparación política.
Mi tarea era fotografiar, preparar un álbum de aquel acontecimiento y elaborar un texto para BARAGUÁ - la publicación que yo dirigía en aquella U. M. – la cual acompañé de una de las fotografías obtenidas en el acto.
Después de aquel momento pude tenerlo cerca muchas veces en las FAR, pues mi tarea estaba en la Sección Política, que el atendió en el Ejército de Oriente y después en el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
De nuevo en la vida civil opude entreistarlo varias vecs como Coordinador nacional de los Comités d eDefensa de la REolución (CDR).
Recuerdo su forma gentil de ordenar una tarea o misión al subordinado, eran solciitudes acompañadas del argumento requerido para lo que era necesario realizar, por eso cuando algo no salía bien al subordinado, la llamada de atención, el requerimiento o el escarmiento, llegaba con aleccionador reflejo de conciencia - a parte del dolor que pudiera sentir el incumplidor -: se advertía el regaño pero no con la fuerza tal, porque alcanzaba el consejo.
Ello no quiere decir que “el Jefe Sixto Batista Santana”, que también era compañero y amigo, pudiera reprimir en caso necesario. La mano dura estaba muy cerca de la flexibilidad.
Lo que más recuerdo ocurrió entre Angola y Etiopía, el 1 de octubre de 1980:
Horas antes había salido del aeropuertote La Habana con el fin de cumplir misión militar internacionalista en calidad de periodista de la radiodifusión cubana; una tarea que vinculaba lo civil y lo militar y se particularizaba en la labor periodística entre los combatientes que en Etiopía apoyaban la custodia de la paz en aquella región.
En el aeropuerto de Angola aguardamos largo tiempo por la salida de la nave hacia Addis Abeba. El anuncio se hizo ya de noche. Fui de los primeros en abordar el aparato. Cuando llegué a la puerta, segundos antes de penetrar, me tomaron del brazo y me indicaron sentarme en un asiento y cuidar de que nadie pudiera sentarse en los asientos delanteros y colaterales al mío.
Me puse a leer un periódico. Estaba extrañado, me habían dado una orden y estaba tenso porque no sabía por qué. Un millón de preguntas acudieron a mi mente. Pero bueno a todos los que subían les fui indicando que esos asientos no se podía ocupar…
Cuando todos los pasajeros ya estaban en sus lugares correspondientes, subió un oficial que se detuvo frente a mi y señaló hacia los mencionados sillones aéreos, y entonces presencié con asombro que se iban ocupando por importantes figuras del país y el último de ellos fue Sixto Batista Santana, ya con grados de General, quien se sentó próximo a donde yo estaba, ya dispuesto a irme para otro lugar, pero fui detenido por dos cosas:
Primero, miré hacia el fondo de la nave y ya no había capacidad para mí. Segundo, el oficial que me había detenido al subir, me dijo, usted no ha concluido la tarea todavía: ese es su asiento, por favor siéntese.
Volví a mi periódico, con un poco más de tensión. Trajeron algo que consumí rápidamente. Entonces Batista Santana, se dirigió a mí. Hizo varias preguntas, y recordó la última entrevista realizada en Las Tunas, siendo Coordinador Nacional de los CDR.
Su comentario sobre aquella sencilla tarea periodística, fue compartida por él hacia sus acompañantes: Rafael Francia Mestre, entonces embajador de Cuba en Angola; Raúl Curbelo, quien en esa nación africana atendía las tareas del Partido Comunista de Cuba; los Generales Arnaldo Ochoa, entonces Jefe de la Misión Militar en Etiopía y Ramón Espinosa Martín, quien viajaba a la antigua Abisinia, a tomar el mando de la representación cubana.
A la llegada a Addis Abeba, la capital de Etiopía, el General Batista Santana pidió que me incorporaran al grupo de personas que con él iban hacia Diredawa en avión, pues en definitiva el destino final de ellos era el mismo rumbo que yo llevaba.
De modo que al día siguiente, me encontraba en el viejo aeropuerto cercano a la ciudad desde donde el vetusto aparato militar de fabricación soviética haría la travesía. Subí a la nave con un maletín a rayas amarillas y rojas, donde llevaba algunas cosas personales y portando en las manos un largo tubo de cartón, donde portaba información para la Sección Política.
Sixto me miró y ordenó:
- Coloca el maletín allí. Y como quiera que veo que no cabes en los escasos asientos, acomódate ahí mismo en el maletín. Ya veremos en el viaje como hacemos para descansar, aunque el traslado es rápido.
Me acomodé y esperé el momento en que aquello alzara el vuelo. Tenso todavía, me sentí suspendido por el alarido del técnico ruso que subió y señalándome indicó varias palabras que sentí estaban aludiéndome. Miraba hacia uno y otro: Sixto explicaba y el ruso hablaba cada vez mas duro… y ganó él.
- Lo sentimos, periodista, dice el técnico que este aparato con nosotros, ya va saturado. Bájate, te prometo mandarte a buscar con los periodistas que están aquí de viejo. Así que espera a que mañana o pasado mañana te recojan.
- Está bien, general, de todos modos, muchas gracias, yo esperaré.
- Nos vemos acotó el General, mientras los demás, miraban con pena mi destino final.
El día 3 de octubre, hicimos un intento de viaje en ómnibus. Tuvimos un accidente sin mucha importancia. Algunos recibimos golpes en las piernas, brazos y costillas pero – como decía mi papá – “la sangre no llegó al río”. Entonces se decidió que hasta tanto no hubiese un ómnibus en condiciones, no se viajaría.
El día siete por el mediodía llegaron los periodistas del MINFAR, y me buscaron:
- Prepárese que mañana nos vamos. Vinimos a buscarlo.
De modo que tomamos carretera desde Addis hacia Harargue aquel sábado 8 de octubre de 1980, más de quinientos kilómetros subiendo y bajando montañas, admirando lugares recónditos por los que pasamos brevemente, como Arba, y comencé a tomar experiencia de combatiente internacionalista. Llegamos en hors de la tarde.
Esa misma noche concluía el torneo de boxeo de la Misión Militar Cubana en Etiopía que disfruté con mis compañeros de Radio Tatek y la presencia de aquellas importantes personalidades, que generaron –en primeros momentos y en aquél instante inicial – nuevas anécdotas que puedo contar más tarde-
Quedé complacido. Sin embargo jamás supe por qué me detuvieron a la entrada del avión en Angola, quién decidió aquello, pues aún no era el combatiente internacionalista que horas mas tarde comencé a ser.